9.2.08

13

Forjé en largas noches de insomnio un enorme caldero de doble asa; brillante como una luna lo sembré en nuestro patio.
Amabas que yo ame tu leche, la blanca lágrima de placer en tu minuto de gloria.
Alto y fuerte te pensabas al acabar. Cerré la boca para retener tu jugo y cada noche salí al patio a escupirte en la tierra negra. Gracias a tu dulce abono crecieron dos algarrobos de leña roja como roja era mi boca y mis llagas amorosas en cada final tuyo.
Sobre ellos, el caldero se elevó. La primera lluvia de enero lo llenó rebosante. Te invité a nadar con un insinuante empujoncito. Caíste como un niño tonto, que lindo cuando sos tan inocente. Desnudo en esa piscina de hierro te adormeciste bajo el verano, tal vez estimulado por el vaso de fresca limonada que te alcancé sumisa, o tal vez por la pastillita que se diluyó en el vaso y petrificó tu cuerpo en sus flotadores.
No quise robarte la sensación, si ese era tu mayor placer, mi contacto.
Por eso cuando prendí fuego a los algarrobos sé que tu piel sintió el agua entibiándose, pero inmóvil tu cuerpo se dejó estar en el agua cada vez más caliente. Caliente como vos, para que sepas. Caliente hasta el clímax, hasta el mío. Así tuve mi primer orgasmo.
Tanto te amaba que quise darte un final que no acabase, no ese minuto de leche culminante, no. Mejor estas burbujas enrojecidas, perfumadas de algarrobo, reflejadas como chispas de amor en tus pupilas hervidas.
Qué pena, me gustaban tanto esos algarrobos.

25.9.07

12

Tu presencia vuelve mi aire irrespirable.
Tuve que elegir entre mi vida y tu amor; elegí llenarte las fosas nasales de bolitas de paraíso para que alguna utopía aloje tu endeble cuerpo.
Elegí cortar de cuajo este paraíso que tanta sombra hubo echado sobre nuestro amor, y con la madera verde de su tronco ensablé una hamaca para columpiar nuestros sueños: yo masqué la dura corteza en alucinaciones y vos tragaste la sabia pringosa que iba chorreando entre mis dedos por la boca de tu espalda, la boca negra y ajena que sólo sabía escupir, la boca que ahora se abre ante mis dedos hurgadores para recibir en su interior la esencia del paraíso.
Elegí atravesarte los pezones y los testículos con los primeros eslabones de una cadena en cuyo extremo até la hamaca; subiré tu cuerpo desnudo y encadenado al segundo piso y desde allí lanzaré mi hamaca hacia abajo para que tu inútil piel intente sostener mis alegres vaivenes.
Y cuando la tensión desgarre tus músculos atravesados subiré a cobijarte en mis brazos, te cubriré con brea espesa para que no se te escape el calor y sigas viviendo a mi lado, escupiendo carozos de paraíso de los que, tal vez, un día brote un árbol para mí.

24.9.07

11

Ladrón. ¿Cómo se te ocurrió robarme?
Podías tener de mí lo que quiseras, mi voluntad estaba a la deriva de tus deseos y no supiste verlo. En vez de eso, esperaste que me durmiera para llevarte deshonestamente mis palabras. Sólo yo, en mi infinita bondad, puedo perdonarte la mudez en que me hundiste.

Por eso traje esta navaja afilada de silueteada punta y con ella tracé líneas breves como un beso sobre tu piel desnuda. En cada tajo metí un dedo limpio y luego dos, y abrí y abrí hasta formar un lindo bolsillo en el que cabe apenas una moneda de un peso. ¿Para qué más?

Ciento setenta y cinco bolsillos en tu piel cargarán mis pesos, los cargarán fuera de aquí, te dejaré huir con mi dinero como un ladrón nocturno, te dejaré en la calle desnudo con tu cuerpo tajeado en cientos de bolsillos que cargan este tesoro; y para que no pierdas el rumbo te sacaré lo ojos con las uñas de mis pulgares y los ataré uno con otro formando un moño, un moño rojo que bailará suspendido de un alfiler de gancho pinchado sobre tu ombligo, que al fin y al cabo es lo único que siempre te interesó ver. En las cuencas vacías pondré frutillas frescas, que no tienen nada que ver con tu historia pero sí con la mía, y como soy yo quien te rescata en mi texto, me parece justo que lleves alguna marca de mi intimidad en tu patético cuerpecito.

10

Me exita el ruido de la abrochadora (o engrapadora dirás vos). Pero qué importa cómo quieras decirle si ya no tenés labios para expresarte, no desde que los mordí en aparente pasión, no desde que los arranqué con mis dientes y me reí de la estúpida risa eterna que te quedó en la cara cuando ya nada cubrió tu dentadura.

Debiste callarte cuando te lo dije, antes de que te pinchara en la cara toda una caja de clips de papel, antes de que te arremangara las cutículas con la punta de la pluma fuente hasta enrojecer tus dedos y sorberte la sangre para escribir con ella tu odioso nombre, antes de que te perforara la lengua con la aguejeadora de hojas, una, dos, diecisiete veces.

Debiste callarte antes de que me saturaras. Si lo hubieses hecho yo no andaría ahora con la piel pringosa de tu pene desenrollada en mi bolsillo, yo no hubiese pelado tu flácido miembro como si fuese una banana y guardado primorosamente tus restos para darles vida eterna. Al final, verte tan desnudo me dio pena y por eso envolví tu músculo ofendido con la piel peluda de tus testículos y así los engrapé para que dejaran de sangrar o para que dejaras de llorar, que es casi lo mismo.

Esta piel que llevo en el bolsillo la pondré a secar al sol, hasta dejarla tersa como un papiro y allí escribiré mi obra maestra. La posteridad recordará mi nombre con orgullo y vos, glorioso papel de mis palabras, serás tan célebre como yo. ¿Ves mi amor? Y encima tengo que aguantar que me grites de forma impronunciable con tu ridícula voz que escupe grumos de sangre.

Nada sos y nada serías en este mundo si no fuese por esta pía obra mía. Perdono entonces tus insultos, los perdono y prosigo engrapando tu mutilación penosa.

20.9.07

9

Yo sé porqué estás tan cansado: es por el gato.
Volvés de madrugada con olor a fiesta y acá está la tonta esperándote con buena voluntad y la cena servida.
Llegás con hambre y con sed, devorás lo que hay en la mesa y te vas a dormir, tan profundamente que no sentís cuando abro el cajón y retiro de allí un frasco de boca ancha, ni cuando desenrosco su tapa perforada y con amor saco una delagada sanguijuela y la paseo sobre los badenes de tu columna vertebral hasta que sensualmente el gordo gusano se prende a tu piel dormida.

Después de un tiempo desprendo la ventosa de tu espalda y la beso agradecida antes de depositarla en un platito combo para que pase a formar parte de la cadena alimenticia.
Al pie de la cama el gato se relame al verla.

8

He dejado una línea de pegamento en el borde del inodoro adonde has ido a sentarte inadvertidamente. Optaste por no levantarte al sentir el tirón de tu piel adherida: ese momento de duda me dio la oportunidad de esposarte a las cañerías y abrir un canilla fuera de tu alcance.
Una gota cae cada minuto, hace cinco horas que cae.

Te sangra la piel arrancada al levantarte para huir de mi canilla.
Pero sólo te daré la llave de las esposas cuando con esta jeringa te ordeñes ante mis ojos, cuendo llenes este plato con el semen que te extraigas para mi capricho.

19.9.07

7

Te alimento hace años con mi cuerpo. Cada semana corto mis uñas y guardo prolijamente los restos en una caja. Cada mañana los vuelco en un perfumado mortero de palosanto y machaco sin prisa esas uñas tan pulcras. El polvo resultante, como azúcar, endulza tu café en la cama.
La broma no tiene gracia hasta que no te enterás, hombre de pésimo paladar que nunca develaste mi sabor en tus comidas.

Por eso te lo cuento ahora que mansito escuchás mis pensamientos. Ahora que esa soga que tejí con paciencia enhebrando cada pelo púbico que fuiste dejando distraídamente en el bidet te ata las manos y te amordaza la bella boca.
No son mis uñas tu único alimento. Algo coagulado cada mes condimenta ese delicioso estofado que te recuerda a tu madre, pero claro, ella lo prepara más rico. Debo haber equivocado el ingrediente secreto.

6

Ibas corriendo a bañarte luego de estar en mi cuerpo ¿te daba asco?
Para que ya no te aflijas por eso, enrollaré tu sexo blando y dormido con un carrete de hilo dental mentolado, lo retendré ajustado mientras va del rosa al violeta al negro, y en tu insensibilidad no sabrás lo que ocurre hasta que lo desate y la sangre como termitas voraces refluya a tus venas, cargándote de nuevo de algo parecido a la vida. Deseo esa vida, por eso te mamaré con voracidad mientras llorás estúpidamente en tu hormiguero, te mamaré con la lengua y con los dientes hasta que retornes al rosa.
Y si acaso es muy tarde y ya la sangre no vuelve, con mis piadosas tijeras podaré tu anatomía desde la base, para que la gangrena no devore tu sagrado cuerpo.
No creo que lo extrañes, ya que de todas formas nunca sirvió para mucho. Ahora podrás bañarte sin tanta maniobra, bastará conque bajo el agua permanezcas unos instantes y dejes que el jabón se deslice por tu lisa superficie, por el monte mocho que dejará mi huella, con su extremo perforado como un volcán que mana leches inútiles en espontáneas contracciones eunucas.

18.9.07

5

Especialmente para vos, traje una resma de papel nuevo. Blanco y grueso, de alto gramaje, perfectamente brillante. Envuelto en cinta de papel tu cuerpo, inmovilizado para mi deleite; casi me dan pena tus vacunos ojos. Mientras escuchamos María Callas, saco una hoja y deslizo su borde filoso sobre la falsa mueca de tus mejillas. Repito estas líneas rojas ida y vuelta hasta que quedás como si hubieras tomado sol bajo un peine.

No soy cruel, no me acuses: por eso soplo tus finísimas heridas, por eso las baño con alcohol. Para que veas cuánto te quiero te haré una grulla de origami, blanca y de largas alas, te haré cien grullas de la suerte. Una a una las iré pegando sobre tu desnudez con cemento de contacto y al terminar te dejaré así blanco y hermosamente cubierto de grullas en la vereda de mi casa, cerraré la puerta y podrás irte adonde quieras. Sólo guardaré de recuerdo las pocas grullas que cubrían tus genitales. Esas me las he ganado, las despegaré con un tirón seco y tal vez, si tengo suerte, lleve de yapa todos los pelos gruesos que amparaban tu ridiculez machuna.

17.9.07

4

Esa máscara blanca hace que olvide quién soy, por eso la uso para cubrirme mientras con una soga gruesa como un dedo marco huellas calientes de sisal sobre tu desnudez. Atado como un matahambre a mi disposición.

Levanto escamas profundas con un pelapapa sobre la piel porosa de tus nalgas; deberías ser un pez viscoso. Guardaré el pelapapa en tu ano, y también una cuchara de madera, y una espátula, y aunque ya sea difícil empujar, lograré poner ahí dentro también la bombilla del mate. Todo lo que necesitabas ya lo tenés con vos.

Por fin tenés algo adentro. ¿Qué se siente? El menú de hoy incluye huevos, claro. Tus huevos. Los sacaré amorosamente para que no pierdan su bella forma, los tostaré junto con las virutas de piel que fueran tus escamas, y cuando estén dorados y crujientes los meteré en tu boca enmascarada, tu boca vana que era virgen y hoy chupa sexo de hombre.

Me compadezco de este engendro de masculinidad mutilada, por eso preparo un dulce engrudo y cubro su cara con máscara blanca, lo cubro con interminables capas de papel y harina. Quedamos tan similares: enmascarados, atados, rellenados...

3

Cortaré las yemas de los dedos de sus pies con la misma tijera solícita que confecciona bonitos vestidos en los que me meto para que me veas bella. Uno a uno se irán desprendiendo los pequeños remolinos identitarios de tus cándidos dedos de los pies. Tus dedos siempre escondidos. ¿Por qué nunca andabas descalzo? ahora deberás hacerlo, hasta que sanen estas heridas.

Mientras estés en reposo, recuperándote, llevaré mi costura a tu habitación y allí mediré mi cuerpo desnudo, mi cuerpo con su piel blanda y sus redondeces, mi cuerpo con pelos, palidez y marcas, mi cuerpo con años y sin cremas, mi cuerpo mío.

Lo mediré para corroborar ante tus ojos que no se ajusta al canon, y así desnuda recorreré la casa y traeré una mesa y una silla y el costurero. Veintinueve alfileres de cabeza redonda te engalanarán, uno por cada mísero año que cargaste sobre mujeres exangües. Con ellos marcaré profundos surcos sobre la pálida piel de tu pecho, que se irán cargando de rojo en lento teatro oriental. Los hundiré profundamente en tu carne, desoyendo tus súplicas desvalidas, los hundiré donde te marquen pero no te maten, para que sus veintinueve marcas te sean una advertencia.

Yo tampoco olvidaré. Con tus yemas muertas extendidas coseré flores sobre un pañuelo que llevaré siempre conmigo.

2

Un hombre al que le mutilé el pene con el trozo de vidrio de una botella de cerveza. Corté su prepucio luego de haber saturado su uretra con los escarbadientes despuntados que iba sacando de mi boca. Ya no manaría la turbia savia lechosa de allí, yo lo había censurado, yo silencié sus varoniles gimoteos.

¿De qué te quejabas, tonto hombre? Cada mujer es un cuenco de arroz servido para tus fauces, alguna vez usaste cubiertos, alguna vez no.

Por eso lo taponé con escarbadientes, por eso rompí la botella que antes había vaciado en su ávida garganta, por eso se lo chupe mientras sangraba y tragué su venenoso abolengo mientras desmayado se evadía de mi ritual purificador.

Quedará vivo, este hombre. No podrá orinar parado, su hombría mellada por mi deleite. Algún médico voluntarioso le cavará un nuevo hoyo en el cuerpo, para que excrete por ahí sus miserias. Un hoyo que no será masculino ni femenino, un hoyo como cloaca de gallina.

1

En el sueño, besaba tu boca sensual, sentía tus dientes, tu lengua recorriendo mis intimidades. Tu boca en mi boca, y al retirarte parte de tu carne quedaba en mí. En el sueño escupía de mi boca tus restos blandos y muertos, y vos te ibas como si nada hubieses perdido.

¿Porqué buscabas mi beso? ¿Porqué nos escondías para que no nos vea el otro?

Ahhh... pero qué dulce beso.

Vos, el de verdad, nunca me beses. Prefiero recordar aquellos del sueño, tres besos escondidos e inevitables, tres besos acres que dejaban tu carne en mi boca y yo la escupía con naturalidad. Tus restos eran grumos pardos con sabor a tabaco rancio, con ese vinagre intenso de la mañana siguiente a una fiesta alcohólica y bestial. Tus restos también eran pedazos de tu lengua, morados, blandos, viscosos, que se atoraban entre mis dientes; yo los escupía con naturalidad.

Debí guardarlos para exorcizarte, demonio. Tal vez, aunque en largos años te niegue, profundamente deseo conservar tu hostigamiento.